domingo, 30 de agosto de 2009

Sexta.

Peter recorre cuadrados pequeños. Una velocidad inesperada. Nadie esperaba. Aquella reacción. Él corre tras unas líneas verdes. Insulta a los guardias de azul. Quiere que le permitan avanzar. Se hace camino entre la gente. Aprieta brazos y patea zapatos feos. Levanta la cabeza de vez en cuando. No desea perder las líneas. A ver a quien lo espera. En un bolsillo. Una moneda. Para enfrente de la máquina de bebidas. Vuelve a mirar. Lo verde ha comenzado a desvanecerse. No aumenta la velocidad. Caen algunas gotas de agua sobre sus zapatos. Deja de recorrer cuadros. Se desorienta. Grita. Se eleva. No puede ser. Peter lanza su botella al suelo. Un auxiliar lo mira con enojo. Los guardias solidarizan. Caminan más atrás. Arrastran sus zapatos. Se resbalan con el agua. Peter corre, quiere encontrar a las líneas. Quiere ver las baldosas dibujadas bajos sus pies. Quiere llegar. Mi gurú espera. Espera. Se exaspera. Ve a los guardias apuntando con sus armas. Directo hacia el atleta. Ella. Que aguarda mira desesperada. Hacia los ojos que huyen. Por fin es el último paso. Mi gurú extiende sus brazos. Siente el sudor de Peter en la punta de sus dedos. El último cuadro. La última línea. Se abrazan. Terminándose lo blanco. Los guardias caen al vacío. Peter los escupe. Mientras caen. Miran desde el filo del abismo. Se confortan. Se hacen cariño. Caminan juntos de la mano. Por el pasillo del tren en marcha.
Mi Gurú lo observa. Embobada. Por sus ojos grandes. El la mira de reojo y se sonríe. Tiene su mano ahorcando la de ella. amenazándola. De pronto la boca de Mi Gurú despierta. Ya no estamos en Persápolis. Le dice. El se acerca y la abraza. inhala. Profundo. Como si se convirtiera en un globo gigante y necesitara. De todos. Un poco de aire. Se traga todos los aires. Y se saca el único que tiene. Ella lanza una carcajada. De espectador de circo. Le muestra todos sus dientes. Y el le muestra sus pómulos. Llenos de besos de ella.

lunes, 3 de agosto de 2009

Quinta

La actriz prepara una maleta. La repleta de trajes. Y pelucas. Falsas identidades. Y dinero lavado. Silba mientras ordena. Entona una canción añeja. De su tía. La cantante. Roberta. Semi-idola de los abuelos de la ciudad. Andariega también. Por eso Mi Gurú lleva de estirpe las andanzas. Toda su familia se había resistido a los poderes encantadores de los gobernantes y séquitos de la ciudad. Roberta residía en el pueblito adjunto. Otro distrito. Otra orden. Otro poder. Sólo de vez en cuando se quedaba en Persápolis para ofrecer dos funciones seguidas. En el comienzo de cada una. Tarareaba el himno de la ciudad. Mientras las luces se iban desvaneciendo y tan sólo una permanecía fuerte y le alumbraba la cara. Los ojos desafiantes en dirección a la policía. Que nunca ha dejado de hacer sonar los dientes. Tarareaba con los labios pintados de rojo. Se desnudaba y derretía en el escenario. Y comenzaba a cantar boleros.
Mi gurú silba uno de aquellos. Mientras cierra la maleta. A su alrededor otros actores y actrices empacan sus cosas. Y ordenan el teatro. Que otra vez se queda solo. Que guardará silencio y el eco de los pasos. De arañas. La dueña comienza a vestirse. Saca de un armario un vestido azul. Se acerca a un espejo y lo arregla. Se peina. Y mira también distraída. A los demás como se mueven. Mira al muchacho que siempre ha querido. Vuelve a su cara y se pinta los labios. En el tocador la llamaban las cartas de Peter. La más reciente. Tan suplicante de ayuda. Ella imagina al ídolo caer sobre sus piernas. Esa figura oscura y endeble caer enrollándose en sus piernas. Gesticulando. Ayuda. Se sonríe. Ella lo espera en la estación de trenes. Vestido de mujer. Lo espera con los pasajes en sus manos. Lo ve con los ojos llorosos en el andén. Lo ve tiritando entre sus brazos. Lo ve sudando en sus labios. Vuelve al espejo. Todos los demás la esperan a la salida del teatro. Termina el bolero de su tía. El teatro se vuelve una masa amarilla que la ahoga. Corre hasta la salida. Con gotas de pintura en su vestido.